lunes, 27 de marzo de 2017

Reflexiones en mi diario de aprendizaje

Reflexiones en mi diario de aprendizaje

Un centro educativo es como una familia, y como tal tienen que estar todos a una. Podemos plantear modelos inclusivos, dialógicos, pero si no los ponemos en práctica o no vamos todos en la misma dirección no tendremos éxito. Y como cada familia es diferente, así lo son los institutos. Pienso que la elección de un modelo u otro fundamentalmente viene marcado por la ubicación geográfica del instituto y la situación socio-cultural que lo rodea. Un mismo modelo puede funcionar perfectamente en un centro y fracasar en otro. Por lo tanto, antes de inciar el camino hay que analizar bien la situación en la que nos encontramos, y detectar nuestros puntos fuertes y débiles. Potenciar nuestras virtudes es necesario, pero lo que más salta a la vista son las deficiencias, así que yo volcaría mis esfuerzos en mejorar esos puntos débiles. Para ello habría que investigar nuevas estrategias (vía internet, por ejemplo) de lo realizado en otros centros. Hace poco vi una charla de Emilio Duró, para motivar a empresarios, y entre todo lo que dijo (todo interesante) ahora puedo usar este comentario: "no invetéis nada, copiad". Por eso creo que deberíamos ver y poner en práctica técnicas que funcionan en otros centros y copiarlas: como la figura del mediador, actividades de inclusión... Por otro lado está la participación de las familias. La escuela es la segunda casa, pero la casa es la primera escuela. Sin el apoyo familiar no podemos desarrollar todo el potencial, por lo tanto, hay que intentar enganchar a la familia en las actividades del centro. En uno de mis anteriores institutos situado en una zona muy deprimida económicamente, no contábamos con el apoyo familiar, pues ni siquiera se ocupaban de sus hijos en casa. Un hijo cuyo padre está en la cárcel por tráfico de drogas y su madre es prostituta vuelca todas sus esperanzas en otras personas, que les escuchen y les puedan ayudar. Es increíble cómo puede cambiar un alumno al que se le escucha y quiere, que tiene en ti lo que no tiene en casa. Y es el diálogo lo que lo logra. No me cabe duda que el modelo disciplinar no funciona en estos casos. Por contra, un acercamiento mediante la escucha y el diálogo consigue atraer al alumno hacia ti y hacia el instituto. Al fin y al cabo, eso es lo importante, los alumnos. No nos olvidemos que lo que hacemos es formar personas para que se desenvuelvan en el mundo, en todos los sentidos, no solo inflarlos a conocimientos.

martes, 14 de marzo de 2017

La realidad de mi centro

La realidad de un centro donde trabajé: Las tres mil viviendas

La realidad de mi centro


 Hace unos años recalé en uno de esos centros que nadie quiere, y yo me incluyo el primero. Porque si hablo de las tres mil viviendas en Sevilla, todo el mundo en este país sabe que me refiero a uno de los peores barrios de España (si no el peor). Pues ahí me mandaron en mi segundo año de funcionario en prácticas. Posteriormente he estado en otros centros donde no había demasiados problemas de disciplina y convivencia, por eso me gustaría hacer esta reflexión del instituto “de las tres mil”.

 Por el tipo de centro del que hablo, el modelo disciplinar resultaba necesario, aunque con un gran matiz: el diálogo profesor-alumno era la herramienta para que todo funcionara. Con un modelo disciplinar 100% es seguro que los conflictos generados en el instituto se habrían multiplicado, porque lo que demanda este tipo de alumnado no es un régimen férreo, sino alguien que les escuche, tan simple como eso. Me di cuenta de esto nada más aterrizar allí: la gran mayoría de los chicos/as venían de familias desestructuradas, de padres a los que no les interesa lo más mínimo la educación de sus hijos y que por supuesto, no atiende a sus inquietudes y problemas. Por tanto, la aplicación de este modelo de escucha y diálogo funciona muy bien allí. Y las relaciones profesor-alumno fueron así fluidas (hablo de mi caso particular). Compañeros que optaron por un régimen de disciplina estricto tuvieron multitud de problemas (algunos de ellos derivaron en bajas por depresión). Para la buena convivencia en el centro se contaba con la figura de un mediador en cada clase y de un vigilante (de etnia gitana, como el 95% del alumnado) que hacía rondas por el centro controlando que nadie estuviera o hiciera lo que no debía. No obstante, no voy a mentir, raro era el día en el que no había peleas entre alumnos/as y más de una vez tuve que intervenir para separarlos. El problema de verdad era cuando las familias entraban en juego, pues una simple chispa podía generar un incendio de dimensiones desconocidas. Por ello se intentaba implicar a las familias en la vida del centro, aunque la participación o el interés de las mismas era escaso. Se intentaba que el instituto fuera una especie de isla de paz dentro de ese mundo exterior tan duro que les había tocado vivir. Al menos, durante el horario escolar, se olvidaban un poco de su realidad y podían ser niños/as y comportarse como tal. Se hacía especial hincapié en el día de la Paz, aunque se extrapolaba a todos los días del año, y en la programación de la asignatura siempre estaba presente en los temas transversales. No siempre teníamos éxito, también lo digo, y a veces resultaba desalentador. Hoy, que lo veo desde fuera, tengo que destacar la labor que allí se realiza, por su dedicación y dificultad, y no me cabe duda que ganarse la confianza y el corazón de esos chicos y chicas es la única forma de que un centro así funcione. Y la herramienta para ello no es un férreo modelo disciplinar, sino el diálogo y la escucha. Quizás no aprendan muchos conceptos ni adquieran un gran nivel en las áreas, pero saldrán siendo mejores personas, más tolerantes, más pacientes, más abiertas. Y pienso que este es el fin último de un centro educativo. 

Enlace: https://www.powtoon.com/online-presentation/ev0VOfq6Znv/?mode=presentation#/

Sueños para mi centro

Sueños para mi centro


Hace algunos años estuve trabajando en un centro de las tres mil viviendas, en Sevilla. Debido a la localización del centro, el alumnado era en su inmensa mayoría de etnia gitana y sus familias desestructuradas. Por ello me encontré con chic@s a los que les costaban seguir ciertas normas básicas de convivencia, no solo con los profesores, sino entre ellos mismos. Por todo esto, me gustaría que aprendieran a respetarse, en todos los sentidos, no solo físicamente (ya conocemos sobradamente la crueldad de los niños con aquellos que tienen algún defecto) sino de pensamiento. De ese respeto nacería una predisposición a convivir en paz dentro del instituto y fuera de él. También me gustaría que las familias fueran conscientes de la importancia de la educación de sus hijos, y voy más allá, también de escucharlos y estar con ellos. Sí, este sería mi sueño para mi instituto: que las familias se preocupen más por sus hijos. Hace poco leí en Facebook una frase que me gustó. Decía algo así como "La escuela es mi segunda casa, pero mi casa es mi primera escuela". Para conseguir que las familias se involucren primero tiene que haber un interés por su parte, porque sin esto no hacemos nada. Si lo tenemos, podemos incluirlos en las actividades extraescolares y preocuparnos de que estén informados sobre sus hijos. Esto es lo que más eché en falta mientras estuve allí, porque aún recuerdo con pena la falta de atención y cariño que tienen muchos chic@s a los que di clase. Si te acercas a ellos y los escuchas, logras rápidamente su cariño y su respeto, porque en casa nadie se preocupa por ellos.

Conviviendo en la escuela. Diario de aprendizaje

Este es mi diario de aprendizaje del curso: Convivencia Escolar. A lo largo de su desarrollo iré colgando aquí los recursos creados y las conclusiones que vaya sacando. Espero que os guste :)